Monday, July 13, 2015

Matices y Matrices del Matrimonio


El viernes 26 de junio las redes sociales se inundaron con celebraciones a favor y protestas en contra del matrimonio entre parejas del mismo sexo por la decisión de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos. Desde entonces parece que la discusión ha terminado y cada lado ha regresado a su campamento a contemplar lo que sigue. Roma ha tomado una decisión y sus repercusiones ahora reverberan a través de todo el Imperio y más allá de sus fronteras. Pero, ¿por qué tenemos que dejarlo aquí? Cuando las lanzas se guardan, le toca a los pensadores retomar la palestra. Con unos celebrando y otros preparándose para denunciar hasta la tumba, no hay mejor momento que ahora para realmente llegar al fondo de esta controversial palabra: matrimonio.


Comencemos con las raíces lingüísticas. La palabra matrimonio la heredamos de los Antiguos Romanos en conjunto con la palabra patrimonio. Ambas comparten la raíz monium, que se traduce más o menos como "carácter de", de modo que el Matrimonio era el "carácter de madre" y Patrimonio el "carácter de padre". Uno de los grandes intereses de los Antiguos Romanos era encontrar maneras claras de identificar las relaciones individuales entre persona y persona y entre objeto y persona. La mujer romana se transformaba en pieza clave de la continuidad de la cultura de Roma al contraer matrimonio; tomar el carácter de madre. Dos familias distintas unían sus destinos y la generación nueva adquiría un lazo directo a la generación anterior. La importancia de esto último es enorme porque solo con la herramienta del matrimonio se podía asegurar el estatus y las riquezas de las grandes familias de Roma. El matrimonio aseguraba los herederos, lo cual consecuentemente aseguraba la propiedad privada.



La unión entre personas existió mucho antes de los romanos (antes de que comenzaramos a guardar nuestra historia de hecho), pero fueron ellos los que codificaron el concepto y nos lo legaron a nuestro mundo contemporáneo. Lo que no nos legaron fueron las nociones de fidelidad y amor como piezas fundamentales de un matrimonio. Su función era exclusivamente generar parentescos, no regular bienestar social. La fidelidad en el matrimonio es el aporte de los grandes herederos de la historia y la cultura de la Antigua Roma: la Iglesia Catolica.


Previo a la influencia revolucionaria de la Iglesia, la norma en el mundo era la poligamia... si tenías los recursos. Tener más de una esposa solo era mal visto si una de las mujeres, o la familia en general, vivía en la miseria. Recordemos que el matrimonio genera parentesco, lo cual implica una expectativa de más recursos y mayor estatus para todos los involucrados. El que vivía en la miseria con un gran número de esposas condenaba a un sinnúmero de gente a la miseria por su egocentría.



La Iglesia, sin embargo, tenía una objeción no fundamentada en bienes materiales. Si solo Dios es capaz de amar a toda su creación por igual y el hombre, que es un ser imperfecto, debe aspirar a las cualidades de Dios, entonces ningún hombre, siendo imperfecto, puede amar como Dios. Por ende, ningún hombre es moralmente capaz de tener más de una esposa porque su fidelidad no sería equitativa. Esta objeción, mezclada con la noción romana del honor en la palabra, lleva a la Iglesia Católica a revolucionar el matrimonio a través de su poder y su influencia como heredero de la cultura e historia de la Antigua Roma. El tema del amor fue un poco más complicado.



Lo que hay que entender es que el mundo tenía muchas palabras distintas para cosas que hoy día identificamos como amor: Amor Caritativo, Amor Sensual, Amor Filial, etc. Para los antiguos era inconcebible pensar que un hombre y una mujer podían tener una relación de dedicación y entrega como la de un hombre con otro. ¿Qué mujer arriesgaría la vida por su marido y viceversa? Todo eso comenzó a cambiar en la Edad Media con el amor cortés. Este amor no ocurría entre caballeros y sus esposas, sino entre caballeros y mujeres de la Corte Real, pero transformaron las ideas de la relación entre los hombre y las mujeres para siempre.



La verdadera gran revolución del matrimonio no llegó hasta el siglo XVIII a través de la Revolución Industrial. Uno de los muchos efectos de la industrialización fue facilitar la independencia económica, haciendo al matrimonio menos imperativo para vivir cómodamente. Aligerado ese peso, la gente entonces comenzó a casarse por razones menos prácticas como sentimientos compartidos, belleza o sueños de una vida ideal. Mézclalo con las ideas y las emociones extremas del romanticismo del siglo XIX y lentos pero seguros llegamos a nuestra fórmula contemporánea de Matrimonio + Amor = Felicidad.




El amor como pieza fundamental del matrimonio es una idea novedosa, revolucionaria y extraña a los oídos de nuestros antepasados. Me atrevo a decir que no es hasta ahora, en nuestro siglo XXI que la idea se ha realmente cimentado. Para mí ese es el secreto del rápido cambio que ha ocurrido a nivel global con la idea del matrimonio entre parejas del mismo sexo. El combo de amor y matrimonio ya es un axioma; por eso la campaña de "amor es amor" es tan efectiva y por eso es que la decisión de la Corte Suprema de Estados Unidos es indicativa de que ya no hay vuelta atrás.


Lo único definitivo del matrimonio es su carácter de institución de la sociedad humana. Es imposible imaginar un mundo en el que los humanos no se unan íntimamente de alguna manera. El matrimonio tradicional no es ni monógamo, ni sentimental, ni ideal; simplemente es un acuerdo entre dos individuos que genera derechos. Todo lo que le agregamos a eso vale la pena analizarlo, argumentarlo y fundamentarlo como sociedad por el resto de nuestra existencia.

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